Sinaloa México
EDITORES / GUILLERMO SANDOVAL G / M ROCÍO SÁNCHEZ B

Operación Galeana: verdades históricas y un crimen de Estado.

Es 2 de octubre del año de 1968. Son aproximadamente las 18:15 de la tarde y en la Plaza de las Tres Culturas de la unidad habitacional de Nonoalco – Tlatelolco se desarrolla un mitin informativo del Consejo Nacional de Huelga. El principal tema a tratar era la cancelación de la marcha hacia el Casco de Santo Tomás, sede del Instituto Politécnico Nacional, que en ese momento se encontraba en manos del ejército mexicano; esto, con el objetivo de no provocar más confrontaciones entre el movimiento estudiantil y el ejército.Esa mañana, una delegación del CNH había sostenido un encuentro con representantes de la presidencia de la república, por lo que la dirigencia estudiantil consideró ceder un poco para evitar las confrontaciones que ya habían provocado una decena de muertes en las filas estudiantiles y así, generar las condiciones para el anhelado dialogo. Así mismo, se planteó la propuesta de posponer las movilizaciones estudiantiles durante el desarrollo de los juegos olímpicos que tendrán lugar en 10 días.

Autor: GERARDO ALARCÓN CAMPOS

El mitin transcurría con tranquilidad, teniendo una asistencia de un aproximado de 5 mil espectadores entre los cuales había estudiantes, trabajadores, vendedores ambulantes, simpatizantes de la sociedad civil y vecinos de la unidad. Un contingente del ejército fuertemente armado toma posición desde la retaguardia de la plaza. Los asistentes al mitin se inquietan, por lo que el orador llama a guardar la calma, recordándoles que la marcha hacia el Casco de Santo Tomás se cancelaba y que una vez concluido el mitin retornaran a sus casas sin caer en provocación.

Pero súbitamente, el cielo se ilumina con el fulgor de una luz de bengala y un helicóptero surca el cielo. El terror se desata cuando detonaciones de arma de fuego comienzan a caer sobre los manifestantes. Desde el balcón del tercer piso del edificio Chihuahua un grupo de hombres con guante blanco aprende a los miembros del CNH, mientras los soldados avanzan abriendo fuego contra los manifestantes. Cientos tratan de huir, otros, caerían muertos en la plaza, en sus calles aledañas, en los pasillos y departamentos de los edificios vecinos. El tiroteo termina a altas horas de la noche, hay cateos ilegales, se escuchan disparos aislados, camiones del ejército llevan cientos de detenidos y muertos, mientras el departamento de limpieza del Distrito Federal apoyados por el cuerpo de bomberos limpia la plaza. Al día siguiente, los medios de comunicación siguen al pie de la letra el guion dictado desde la Secretaría de Gobernación.

Desde el primer momento el Estado mexicano negaría la magnitud de la masacre. Afirmaría, que en realidad lo que ocurrió fue un choque entre delincuentes y soldados y que la rápida intervención del ejército había salvado a la patria de una conjura comunista.

Pero nadie lo creyó, la sangre derramada aquella tarde sería tanta que se escapaba completamente de las manos del Estado mexicano, haciendo de este acontecimiento el ejemplo más emblemático del terrorismo de Estado y autoritarismo del gobierno mexicano en la historia.

La conjura comunista y el plan para desacreditar a México:

En el caso del movimiento del 68, desde el inicio de las movilizaciones estudiantiles, el gobierno mexicano adjudicó su origen a grupos comunistas que trabajaban bajo las órdenes de la Unión Soviética y Cuba con el propósito de desestabilizar a México y sabotear los juegos olímpicos, una “conjura comunista”. Tales afirmaciones, por supuesto, se hacían sin aportar ni una sola prueba que las fundamentará. Tanto así que un reporte de la CIA desmentía por completo la versión oficial de la “conjura comunista”:

“Usted pregunta en qué medida los comunistas cubanos u otros grupos extranjeros están involucrados en los disturbios mexicanos. El análisis de la CIA concluye que las manifestaciones estudiantiles surgieron por conflictos internos y no por manipulaciones de cubanos ni de soviéticos” (Montemayor, 2010, p.41-42)

La creación de la “conjura comunista” buscaba crear ante la opinión pública, la imagen aterradora de unos jóvenes violentos que buscaban destruir las instituciones emanadas de la revolución mexicana. A los estudiantes se les presentaba en los medios y discursos oficiales como “agitadores”, “apátridas”, “traidores”, “guerrilleros”, “terroristas”, y “extranjeros” dispuestos a todo con tal de desacreditar la imagen de México y contra los cuales, debía ejercerse todo el peso de la autoridad, no importando si debía aplicarse la “mano dura”.

Es por eso que el día 3 de octubre, los medios de comunicación, sojuzgados totalmente por el gobierno federal enuncian al unísono la que sería la primera versión oficial de la masacre de Tlatelolco: Los estudiantes, armados con rifles de francotirador atacaron a los soldados que se proponían a simplemente desalojar la plaza de las tres culturas, provocando deliberadamente la matanza.

Es así como los principales diarios del país, Excélsior, Novedades, El Universal, El Heraldo, La Prensa, El Día, El Nacional y Ovaciones hacen énfasis en que la tropa se vio obligada a responder al fuego, que el general Francisco Hernández Toledo recibió un disparo, algunas versiones dicen que en la nalga, otras en el cuello, en el tórax o en la espalda, y, por supuesto, que la principal víctima en aquella plaza de las Tres Culturas fue el ejército, y que gracias a su sacrificio la patria fue salvada del peligro comunista. Así mismo, el número de muertos varía en función del diario que publicaba las cifras, para Excélsior había 20, para Novedades 25, para el Universal 29, para el Heraldo 26. Y, por supuesto, no podría faltar el factor criminalizador contra los estudiantes, terroristas según el Universal, criminales según el Día, guerrilleros y saboteadores según el Sol de México.

En los días que siguieron a la masacre, los medios darían continuidad a su retorica anunciando que Sócrates Amado Campos Lemus, uno de los lideres del CNH, había dado a conocer que entre los principales jefes de la conjura se encontraban Elena Garro, Carlos Madrazo, el mismo, y otras figuras intelectuales y políticas como José Revueltas, Eli de Gortari, y José Luis Cuevas. Se anunciaría también la detención de 5 supuestos ciudadanos guatemaltecos que participarían como francotiradores y se exhibirán los supuestos arsenales con los que se ejecutó la masacre.

A pesar de todo el aparato propagandístico la versión oficial no logra convencer a la opinión pública, en todo caso, las acciones represivas logran intimidarla al hacerle ver lo que era capaz de hacer si alguien cuestionaba al poder. Pero el Estado mexicano buscaba limpiar su imagen, tratar de hacer creer que las verdaderas víctimas fueron las instituciones y los estudiantes que fueron llevados al matadero por culpa de los intereses oscuros de los miembros del CNH.

Es así como aparece a principios de 1969 un misterioso libro llamado ¡El Móndrigo!: Bitácora del Consejo Nacional de Huelga. Dicho libro comienza con una “explicación necesaria”, nos relata, que en el pasillo del tercer piso del edificio Chihuahua fue encontrado el cadáver de un joven que entre sus brazos protegía un portafolios que en su interior contenía el diario con las vivencias que este joven tuvo a lo largo del movimiento estudiantil, y que, a pesar de ser identificado como un miembro importante del CNH, nadie lo reconoció más que por su apodo, el Móndrigo.

El protagonista relata a lo largo de las páginas como el movimiento estudiantil aparentemente se planeó en agosto de 1967 cuando los que serían líderes del CNH asistieron a la Junta Tricontinental en la Habana, y que estos aprovecharían la trifulca estudiantil del día 22 de julio para manipular a los estudiantes y enfrentarlos contra el gobierno. Así mismo, relata que, al verse derrotado políticamente el CNH después de la marcha del silencio, estos decidirían provocar una matanza para que el pueblo mexicano culpara al ejército y así producirse la revolución socialista, siendo el mitin de Tlatelolco el lugar perfecto para realizar tal acto.

 ¡El Móndrigo! En realidad, es un libro hecho por el departamento de contra propaganda de la Dirección Federal de Seguridad. Su redacción recayó en manos de Jorge Joseph Piedra, agente secreto al servicio de la Secretaría de la Presidencia de la República, aunque algunos testimonios también señalan al entonces director federal de seguridad Fernando Gutiérrez Barrios como uno de los redactores del libelo (Munguía 2013). El objetivo de este libelo era el de difamar y criminalizar a los líderes del CNH así como a las principales figuras de oposición del país en ese momento, desde José Luís Cuevas a quien acusan de prestar su hogar para reuniones conspirativas hasta José Revueltas quien habría proporcionado las armas directamente traídas desde Cuba. El libelo, también, culpaba al CNH de haber provocado la masacre de Tlatelolco, es decir, el testigo convenientemente muerto y anónimo confirmaba la versión oficial de los hechos:

“En la proposición se establece que el mitin del día 2 deberá concluir en hecatombe, pues en ello estará nuestra victoria. Habrá que insistir que vayan madres con niños. Mientras más caigan, mayor será la furia e indignación nacional y mundial. Entonces estallará un paro de actividades en fábricas, comercios, oficinas públicas y transportes, cosa que aprovecharán nuestros amigos en el Ejército, compañeros de viaje, para desconocer a sus comandantes y tomar la dirección de las batallas. (…) Un plan secundario derivado del anterior fue elaborado por Sócrates, Nahún Solano y Gilberto Guevara, y consistía en esconder en diversos edificios contiguos al Chihuahua a varias columnas de estudiantes y maestros convenientemente armados. Cuando el ejército acordone al mitin, a una señal dispararán contra los soldados; y estos, al contestar, lo harán sobre los estudiantes y gente del pueblo congregada en la plaza. La matanza será segura. Cuarenta y ocho horas después, el paro general y los desórdenes en todo el país harán caer al gobierno y el poder pasará a nuestras manos”. (El Móndrigo, 1969, p. 177)

El libelo, editado por la inexistente Editorial Alba Roja tuvo cuatro ediciones en total y de acuerdo con testimonios, apareció en todos los puestos de revistas del Distrito Federal y era obsequiado afuera de escuelas secundarias, preparatorias y centros universitarios tanto en el DF como en todo el país. El texto combina una redacción novelesca y dramática mediocre con transcripciones textuales de los informes de inteligencia recabados por los agentes de la DFS. De hecho, al ser desclasificados los informes de dicha dependencia en el año 2000 se descubrió que algunas páginas del ¡Móndrigo! coincidían casi en todo salvo las ligeras modificaciones que Piedra tuvo que realizar para adaptarlos en un estilo narrativo.

A pesar del esfuerzo que el Estado mexicano hizo para imponer su versión oficial, ¡El Móndrigo! no generó el impacto esperado, en primera porque es fácil advertir su obvia intención difamatoria y criminalizadora y en segunda por el peso de los testimonios de los sobrevivientes, así como la condena que la prensa internacional y reconocidos miembros de la vida académica, artística e intelectual de México hicieron contra el gobierno mexicano y sus actos represivos, lo cual ayudó considerablemente a derribar la primera versión oficial.

A finales de 1968, la escritora Elena Poniatowska emprende la tarea de juntar y recopilar los testimonios de sobrevivientes y testigos de la masacre. Gracias a esta labor se publica en 1971 La Noche de Tlatelolco, el cual hasta la fecha es un referente obligado para entender al movimiento estudiantil y la masacre de Tlatelolco. La obra le da la palabra a los que sobrevivieron a las balas y relata el horror vivido aquel día y saca a la luz sucesos importantes ocurridos durante la masacre. El más importante de ellos es la actuación de hombres vestidos de civil y que portaban un guante blanco, los cuales, desde distintos puntos comenzaron el enfrentamiento y trabajaron coordinadamente con el ejército. Hoy en día sabemos de la existencia del Batallón Olimpia, pero para la versión oficial no existían, ni siquiera en ¡El Móndrigo! son mencionados o se hace referencia a ellos.

Junto con el trabajo de Poniatowska comienzan a salir a la luz diferentes textos con testimonios de los sobrevivientes: Tres culturas en agonía de Jorge Carrión, De la ciudadela a Tlatelolco de Edmundo Jardón; Textos que además, son censurados por la secretaría de gobernación que incluso llega a ordenar desaparecer tirajes completos de las librerías para ser destruidos en una trituradora industrial (Munguía 2013).

La secretaría de gobernación trataría de responder a los trabajos periodísticos y académicos con otro libro lleno de hilarantes teorías, Tlatelolco, historia de una infamia de Roberto Blanco Moheno retoma la tesis central del Móndrigo pero desde una interpretación pseudoacademica. Para Moheno, el virus comunista llegó con los refugiados republicanos que llegaron a México huyendo de la dictadura Franquista, posteriormente da el salto al año de 1965, teorizando que el asalto al Cuartel Madera ocurrido el 23 de septiembre de ese año fue el primer intento de Cuba por desestabilizar a México. Esta última afirmación proviene de otro libelo publicado por la DFS en 1968 llamado ¡Que poca Ma…dera la de José Valdez! Escrito por un también inexistente Prudencio Godinez Jr, un supuesto sobreviviente del Grupo Popular Guerrillero que afirmaría que Raúl Castro dirigió las acciones del profesor Arturo Gámiz y el Dr. Pablo Gómez, líderes del GPG. Posteriormente, Moheno concluye su texto repitiéndonos lo mismo que en el ¡Móndrigo!: Los estudiantes atacaron a los soldados y a sus propios compañeros.

El texto pasa sin pena ni gloria, los testimonios de los sobrevivientes se imponen a la verdad oficial. Se propagan, se guardan en la memoria de los movimientos de resistencia, trascienden a la literatura, a la música y al cine, y el Estado mexicano se sume en el silencio. La inverosimilitud de la primera versión oficial solo es defendida por los representantes del régimen, entre ellos el propio Gustavo Díaz Ordaz que en su último informe de gobierno, orgulloso, asume la responsabilidad histórica por los hechos. Antes de su muerte, en 1976, notablemente desesperado, insiste en que miembros del movimiento estudiantil dispararon “perversamente contra los soldados y contra sus propios compañeros”.

¿Una traición dentro del ejército?

Pasarían años hasta que el Estado mexicano tocara de nuevo el tema de la masacre del dos de octubre. Sin embargo, esto no quiere decir que internamente el propio Estado mexicano tuviera su versión de los hechos, una que involucraba intrigas y sospechas dentro del ejército mexicano.

Dentro de las aulas castrenses el teniente coronel Manuel Urrutia Castro mediante su libro de instrucción, Trampa en Tlatelolco, síntesis de una felonía contra México. Dicho texto, es un intento del ejercito mexicano de lavar su imagen al interior de la institución. Despolitiza por completo al movimiento estudiantil del 68, justifica las acciones del ejército como parte de sus labores de preservación del orden establecido, que aquella tarde del dos de octubre el ejército mexicano y los estudiantes cayeron en una trampa urdida por el malvado “comunismo internacional" para desprestigiara las fuerzas armadas y al país y que el ejército sólo disparo para repeler la agresión y defender a la población civil.

Este es el primer indicio de la formulación de una nueva versión oficial, una donde no hay represores ni reprimidos, sino victimas atrapadas dentro de una traición dentro del ejército. Una versión donde el ejército no es el brazo violento de un poder desesperado por acallar el descontento social y cimentar su autoridad por medio de la violencia, sino la victima de una conspiración para manchar su honor.

Urrutia Castro se apoya en entrevistas a Marcelino García Barragán y Francisco Hernández Toledo para sustentar su hipótesis de que el ejército se dirigió a una emboscada. En esta entrevista, García Barragán insiste en que el principal responsable serían los Comunistas, pero sus expedientes personales relatarían otra historia.

En el año de 1999 los periodistas y escritores Julio Scherer y Carlos Monsiváis publican Parte de guerra, Tlatelolco 1968. La investigación es reveladora, ambos pudieron acceder a los archivos personales de Marcelino García Barragán, secretario de la defensa de Díaz Ordaz. La primera gran revelación de García Barragán, contrariando lo que dijo a Urrutia Castro, es que, al parecer, a las 7:30 de la tarde, el general Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado mayor presidencial, realiza una llamada telefónica a García Barragán, solicitándole que respete la vida de un elemento del Estado mayor presidencial que, junto con otros nueve elementos de dicha agrupación, estaban apostados en los departamentos del edificio Chihuahua con ametralladoras para repeler la agresión de los estudiantes armados. Dicha solicitud tomó por sorpresa a García Barragán, pues al parecer ignoraba que dichos elementos estuvieran presentes durante la operación, a lo que Gutiérrez Oropeza responde que así habrían sido las ordenes que el recibió.

García Barragán, a veces de forma explícita y otras de forma velada, implica que Luis Gutiérrez Oropeza actuó de manera unilateral, desplegando agentes del Estado mayor para disparar indiscriminadamente contra estudiantes y soldados. Esto, coincidiría con la hipótesis barajada por Urrutia Castro. Sin embargo, el discurso de García Barragán cae en constantes contradicciones

En sus documentos presenta dos versiones del mismo hecho, una de ellas relatada al general Lázaro Cárdenas en un documento titulado “La batalla política ganada por Cárdenas”. En una versión, Gutiérrez Oropeza le informa a García Barragán la existencia de los agentes del Estado mayor y pide interceder por la vida de un agente detenido por la tropa; En la otra, menciona que el general Crisóforo Mazón Pineda, quien estaba al frente de la operación en Tlatelolco, le informa a García Barragán que tiene detenidos a dos agentes. En la primera versión afirma que los agentes del Estado mayor habrían disparado indiscriminadamente contra estudiantes y soldados; en la otra que solo “dispararon hacia abajo”. En la primera versión menciona que ignoraba las órdenes superiores dadas a Gutiérrez Oropeza, en la segunda no las menciona (Montemayor 2013).

Sobre este aparente desconocimiento de las “órdenes superiores” dadas a Gutiérrez Oropeza, García Barragán nuevamente en el texto de “la batalla política ganada por Cárdenas” se contradice, menciona que aquella mañana del 2 de octubre en compañía de Fernando Gutiérrez Barrios de la DFS, Ernesto Gutiérrez Gómez Tagle, responsable del Batallón Olimpia, y Luis Gutiérrez Oropeza, planearon apostar elementos militares en al menos 3 departamentos del edificio Chihuahua con el objetivo de aprender en el acto a los dirigentes del CNH. A quien se le encomendó la tarea de conseguir los departamentos fue al jefe del Estado Mayor presidencial. Resulta pues, poco creíble que en palabras del mismo general, este desconociera que dentro del edificio Chihuahua hubiera elementos del ejército realizando labores de apoyo y al mismo tiempo reconozca que esa mañana él dio la orden para conseguir dichos departamentos.

Llegó el año 2000 y con él la tan anhelada transición democrática tanto para las fuerzas de la izquierda socialdemócrata como para la propia derecha no representada en el PRI. El gobierno del panista Vicente Fox se comprometió a esclarecer los crímenes del régimen priista, creando incluso una fiscalía especializada dedicada a investigar y juzgar a quien resultara responsable por los acontecimientos del 2 de octubre de 1968, el 10 de junio de 1971 y la guerra sucia.

Sin embargo, la promesa de justicia se quedó simplemente en eso, la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del pasado se mostró impotente para juzgar a figuras tan siniestras del autoritarismo mexicano como Luis Echeverría, Miguel Nazar Haro, Mario Arturo Acosta Chaparro, y otros criminales de lesa humanidad. Sin embargo su mayor logro fue, sin duda, la desclasificación momentánea de los archivos de las policías políticas del régimen: la Dirección Federal de Seguridad, la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales y algunos documentos correspondientes al Ejército Mexicano.

La Fiscalía en voz de su titular Ignacio Carrillo Prieto inauguraría la nueva versión oficial del 2 de octubre: El ejército fue traicionado por algunos de sus superiores, se les tendió una emboscada y en ese acto perecieron soldados y estudiantes por igual. Carrillo mismo salió en defensa del ejercito: “el Ejército Mexicano nunca, no lo ha hecho, no lo hizo, no lo hará, llegaría a disparar contra la población; eso sería una barbaridad, pero se les ocurrió a algunos".

De nueva cuenta, igual que en el 68, el ejército era la víctima principal y los estudiantes y vecinos masacrados victimas secundarias. Las afirmaciones del fiscal estaban fuertemente fundamentadas en los documentos de García Barragán, tanto de índole militar como familiar. En dichos documentos constata sus notables diferencias entre él y Gutiérrez Oropeza, al mismo tiempo que no oculta su desagrado hacia el entonces secretario de gobernación Luis Echeverría. Así mismo, en aquel momento no era un secreto la cercanía personal del fiscal Carrillo Prieto a personajes oscuros ligados directamente con la represión del 68, tal como Sócrates Campos Lemus, miembro del CNH del cual, gracias a los archivos desclasificados, se confirmaría que efectivamente en 1968 fue un infiltrado de la Dirección Federal de Seguridad en el movimiento estudiantil.

Los inútiles esfuerzos de Carrillo Prieto se condensaron en un reporte que eximia de toda responsabilidad al Estado mexicano y al ejército en la masacre, básicamente reeditando un informe elaborado en 1998 conocido como el Libro azul, escrito por procurador Julio Sánchez Vargas y la propia Secretaría de la Defensa Nacional quienes aportarían incluso material filmográfico original para sustentar su versión.

Según los informes desclasificados del ejército, condensados tanto en el Libro azul y el informe oficial de la Femospp, aquella tarde del 2 de octubre de 1968 debía realizarse la Operación Galeana, cuyo objetivo central era el de desalojar de manera pacífica a los manifestantes congregados en la plaza de las tres culturas. El general Crisóforo Mazón Pineda y José Hernández Toledo estarían al mando de la operación, al mando, respectivamente de varios escuadrones del ejército. El general Toledo avanzaría primero y mediante un megáfono exhortaría a los manifestantes a abandonar la plaza, pero cuando realizaba su tarea caería herido por un disparo aparentemente proveniente del edificio Chihuahua. Los soldados, al ser atacados desde las posiciones elevadas de la plaza comienzan a desalojar a los civiles y a tratar de identificar el origen de los disparos. Esos francotiradores serían en realidad, agentes del Estado Mayor presidencial que unilateralmente, al mando de Gutiérrez Oropeza y por mandato de Echeverría, tenían la orden de provocar descoordinación y caos. Finalmente, al llegar al balcón del tercer piso del edificio Chihuahua se encontrarían con los líderes del CNH sometidos por agentes del Estado mayor, los agentes son identificados y puestos en libertad a solicitud de Gutiérrez Oropeza.

Sin embargo, este primer borrador no toma en cuenta la participación de un destacamento oficial del ejército, cuya siniestra imagen sería un símbolo emblemático de la represión: El Batallón Olimpia.

En el año 2003, la revista Proceso recibe un paquete sin nombre. En su interior se encuentran una serie de 35 fotografías tomadas en el edificio Chihuahua aquella noche del 2 de octubre de 1968. Años después, se sabría que el autor de esas fotografías fue Manuel Gutiérrez Paredes, periodista y fotógrafo personal de Luis Echeverría. Las fotos muestran a sujetos vestidos de civil con un guante blanco amenazando a reporteros con pistolas calibre 45. En otras fotografías, los sujetos escoltan a estudiantes y vecinos a quienes entregan a los militares.

Por primera vez se tenían pruebas sólidas de la existencia del Batallón Olimpia. Si bien, testimonios recabados en la Noche de Tlatelolco y otras fuentes periodísticas y literarias mencionaban la existencia de este grupo de sujetos armados, vestidos de civil e identificados por el guante blanco, no había ni una sola prueba material que sustentara los testimonios. Como se mencionó con anterioridad, estos sujetos no figuran en ¡El Móndrigo!, cosa rara, pues encajarían perfectamente con la descripción del “comando estudiantil” que el libro menciona. Figuran muy escuetamente en las memorias del general García Barragán, señalando que este Batallón sólo se limitó a cerrar los accesos del edificio Chihuahua para evitar que escaparan los líderes del CNH. El Batallón Olimpia aparece en los listados oficiales de tropas desplegadas aquella tarde, pero dichos documentos lejos de mencionar cuales eran sus labores solo mencionan que se encuentra en reserva. En los partes oficiales de las operaciones militares de aquel día jamás se mencionan que actividades desempeñó el Batallón Olimpia durante la Operación Galeana.

Hoy sabemos que dicho batallón, conformado por 120 elementos militares de distintos rangos estaba bajo las órdenes del coronel de Infantería Ernesto Gutiérrez Gómez Tagle. El Batallón Olimpia habría participado previamente en acciones de acoso y violencia en contra de estudiantes a partir del 27 de agosto de 1968 en el zócalo, participando en tiroteos contra los estudiantes en la Vocacional 7 y en las invasiones del ejército en la UNAM y el Politécnico.

El testimonio de Gómez Tagle publicado en la revista Proceso el 3 de octubre de 2004, menciona que Marcelino García Barragán en compañía de Fernando Gutiérrez Barrios y Mario Ballesteros Prieto del Estado Mayor Presidencial le solicitaron desplegar a los elementos del Batallón Olimpia en Tlatelolco con el objetivo de detener a los miembros del CNH. Al mismo tiempo, según Gómez Tagle, el ejército desplegaría tres agrupamientos con el objetivo de evitar que los manifestantes rescataran a los miembros del CNH y, al mismo tiempo darían una “demostración de fuerza”:

“Como ya está ordenado que unidades irán y cuál es la zona de actuación de cada una para realizar una demostración de fuerza en la propia Plaza de Tlatelolco, así como su modo de actuar, sólo queda resolver quién capturará al Comité de Huelga, y por su especial preparación he designado al Batallón Olimpia para esta especial misión” (Munguía, 2008, p. 116)

¿Acaso esta demostración de fuerza sería la balacera indiscriminada contra los estudiantes? Todo parece indicar que sí. Demostración de fuerza no es una frase que se diga a la ligera y mucho menos por un militar. En el argot castrense, una demostración de fuerza es un ejercicio enfocado a demostrar las capacidades combativas de un ejército, su potencia de fuego y sus habilidades estratégicas con el único objetivo de demostrar a sus adversarios cuales son las capacidades de combate que tiene. Pero también, Demostración de fuerza significa poner en marcha todas las capacidades y recursos con los cuales cuenta el Estado para imponer su autoridad. No se trata únicamente del despliegue de fuerzas policiacas y militares, sino también el despliegue de los aparatos jurídicos y políticos para respaldar las decisiones del Estado. Significa también la movilización masiva de los medios de comunicación entorno a la versión oficial de los acontecimientos para influir sobre la población y evitar toda simpatía y solidaridad a los sectores agredidos por el poder.

Gómez Tagle asegura que, por sugerencia de García Barragán y Ballesteros Prieto, sus agentes acudirían armados al mitin con pistolas calibre 45 (como constatan las fotografías) y que cada destacamento del ejército desplegado aquella tarde tenía órdenes específicas que se ejecutarían en el momento en el que las luces de bengala hicieran aparición, acto que, el propio Gómez Tagle se adjudica haber ordenado desde el edificio de relaciones exteriores, lugar que fungiría como centro de operaciones durante la masacre.

Así mismo, Gómez Tagle confirma lo dicho por García Barragán respecto a las órdenes que dio en aquella junta con los altos mandos de seguridad nacional respecto a la ocupación de departamentos dentro del edificio Chihuahua para agilizar el operativo:

“Gómez Tagle: – Mi general, como usted sabe, ya hicimos un reconocimiento del lugar donde se hará el mitin, y para asegurar el éxito sería necesario que yo infiltrara a mi gente en el edificio Chihuahua.

García Barragán: - Mira, Tagle, para eso ya pensamos cómo resolverlo. Aquí está el capitán Gutiérrez Barrios, quien está al tanto de la idea y nos ofreció poner a nuestra disposición algunos departamentos del edificio Chihuahua. ¿Verdad Capitán?

Gutiérrez Barrios: - Sí, mi general, aquí traigo las llaves de los departamentos- dijo Gutiérrez Barrios y le entregó unas llaves al general García Barragán” (Rodríguez, 2004)

De nueva cuenta, se confirma que es una falacia que el alto mando del ejército desconociera que había destacamentos militares ocupando departamentos del edificio Chihuahua desde donde se abrió fuego contra los manifestantes.

El testimonio de Gómez Tagle no va más allá, el coronel no menciona que el Batallón Olimpia una vez que sometiera a los miembros del CNH y periodistas en el balcón del tercer piso del edificio Chihuahua, abriera fuego en contra de los manifestantes, tal y como constata en la película El Grito y en los testimonios de los periodistas y miembros del CNH ahí reunidos, ni que tampoco de manera coordinada ayudara al ejército a catear ilegalmente los departamentos de Tlatelolco para detener a civiles o asesinar a sus habitantes dentro de sus propias casas.

Una “verdad” llena de contradicciones:

La versión oficial tiene severos problemas al deslindar responsabilidades sobre la identidad de los francotiradores que actuaron aquella tarde. Recordemos que la primera versión responsabilizaba al inexistente comando guerrillero estudiantil de abrir fuego contra los estudiantes. La tesis de la traición militar sugiere que fueron agentes del Estado Mayor presidencial al mando de Luis Gutiérrez Oropeza, y otra versión de la misma tesis sugiere que fue el Batallón Olimpia quien en realidad abrió fuego.

Asegurar que la masacre de Tlatelolco se desencadenó a raíz de la confusión y descoordinación por parte del ejército mexicano y el Batallón Olimpia significa ignorar una serie de pruebas que señalan todo lo contrario. Los testimonios de los líderes del CNH coinciden en que, una vez que cesó el primer tiroteo, la tropa inmediatamente intercambió órdenes con el Batallón Olimpia. Así mismo el paquete de fotografías presentadas por Proceso constata que tanto este agrupamiento como los elementos de la tropa trabajaron coordinadamente para capturar y someter a los aterrorizados estudiantes. La tesis central del documental Tlatelolco: las claves de la masacre, gira en torno a que la “traición militar” fue ejecutada en realidad por el Batallón Olimpia, y que Crisóforo Masón Pineda no tenía conocimiento de que dicho agrupamiento iba vestido de civil. Sin embargo el testimonio de Gómez Tagle contradice esta afirmación, asegurando que:

“En ayudantía me encontré al general Crisóforo Mazón Pineda, que sería el comandante general de todas las fuerzas que iban a participar en la demostración de fuerza. Le informé que el batallón Olimpia actuaría de civil y llevaría un guante blanco en la mano izquierda, que por favor lo comunicara a las unidades que estarían a sus órdenes. Me dijo que así lo haría. (Rodríguez 2004).

En el mismo documental, podemos apreciar un breve clip de vídeo donde un grupo de hombres, vestidos de civil y claramente portadores del guante blanco, son interceptados por soldados, estos, al identificarse son escoltados por la tropa. Si de agresores se hubiese tratado, los soldados en primera instancia hubieran abierto fuego contra ellos al ser una potencial amenaza.

Podemos asegurar, en base a las evidencias reunidas a los largo del tiempo, que en realidad siempre existió una coordinación plena entre todos los elementos involucrados aquella tarde. García Barragán sabía que había departamentos ocupados por el Batallón Olimpia y por el Estado mayor. Las cabezas de estos destacamentos sabían que debían abrir fuego y cumplir las órdenes específicas que se les habían asignado al momento de que hicieran aparición las luces de bengala, y sabían que la balacera también debía afectar a los elementos de la tropa para justificar no solo la masacre indiscriminada de manifestantes, sino para fundamentar la teoría de la conjura comunista que amenazaba con destruir a México, para justificar el uso de la fuerza letal para “salvar a la patria”. Para esto, el papel de los misteriosos francotiradores fue vital, para convertirse en el elemento máximo que exime de responsabilidad directa al ejército.

El ejército, pretendiendo demostrar que fue víctima de las circunstancias, produjo en 1993 un documental utilizando material fílmico inédito con el que pretendía demostrar que fue víctima de una emboscada. Los documentales Batallón Olimpia: expediente abierto y Tlatelolco las claves de la masacre ambos producidos por Canal 6 de julio vinculado a la Jornada, nos muestran un análisis de esta grabación desclasificada por el ejército.

La grabación, tomada desde el edificio de la torre de Relaciones Exteriores y el bloque norte de los edificios del ISSSTE, muestra brevemente a la multitud en la plaza, acto seguido, muestra a un grupo de soldados tomando posición desde la retaguardia. Las luces de bengala aparecen y la tropa comienza un avance rápido. Si se es buen observador, uno se percata que, en el momento en el que las bengalas tocan el suelo el destello de un disparo sale de una ventana del edificio chihuahua, paralelamente, los soldados avanzan rápidamente desde la retaguardia mientras los manifestantes huyen despavoridos de la explanada. Los soldados, posicionados en la plaza se tiran pecho tierra haciendo fuego hacia los balcones y ventanas del edificio Chihuahua mientras en el extremo colindante de la misma es posible apreciarse una gran cantidad de cuerpos tirados. El video presenta muchos cortes que nos impide dar seguimiento a las acciones, por ejemplo, en los primeros fotogramas es posible ver la explanada llena de personas, segundos después la secuencia se corta y se puede apreciar una plaza prácticamente desalojada. De igual forma, es apreciable una figura masculina que, desde la marquesina del edificio Chihuahua parece hacer fuego sobre los manifestantes y algunos de ellos proceden a arrojar objetos contra el tirador.

Estas grabaciones realizadas por el cineasta Servando Gómez se realizaron por orden directa de Luis Echeverría. El equipo de Servando desplegó a 6 camarógrafos en distintos puntos de Tlatelolco con el objetivo de grabar la operación de principio a fin; los equipos de grabación estaban fuertemente custodiados por agentes de la DFS. En total, se estima que esa tarde se grabaron 120 mil pies de cinta, lo que equivaldría en total a 22 horas de grabación, sin embargo sólo se conocen 8 minutos en una cinta que deliberadamente está cortada para hacerla coincidir con la versión oficial. Es imposible siquiera tratar de comprender la magnitud de las operaciones militares si sólo se ven desde una sola perspectiva. El material restante, del cual se desconoce su paradero, podría derrumbar rotundamente la versión oficial.

El testimonio proporcionado por el equipo de Servando también es revelador. Detalla, entre otras cosas, que los camarógrafos se percataron de la presencia de los francotiradores apostados tanto en la azotea del edificio Chihuahua como en la azotea de la iglesia de Santiago de Tlatelolco, y que tanto el equipo coordinado desde la base de operaciones provisional en el edificio de relaciones exteriores como los mandos militares apostados en el mismo fueron notificados de ello… y sin embargo todo siguió adelante. Curiosamente, en la toma final de la película el grito la grabación de uno de los estudiantes alcanza a registrar a los mismos individuos sobre la azotea de la iglesia, ante la mirada de las tropas que ya estaban presentes en la plaza.

Otro elemento ignorado en todas las versiones oficiales sobre la masacre de Tlatelolco es el helicóptero que sobrevoló la plaza instantes previos a la balacera. Sobre este se ha dicho que fue quien arrojó las luces de bengala y quien también abriría fuego en contra de los manifestantes mediante una torreta. El helicóptero ha sido deliberadamente omitido en todos los testimonios, salvo en el de Gómez Tagle quien le adjudica haber realizado labores de reconocimiento de área. Si de verdad el helicóptero estaba realizando labores de reconocimiento ¿Por qué no reporto la presencia de los francotiradores apostados en los edificios circundantes a la plaza y en la iglesia de Santiago? Si las cosas realmente fueron como indica la teoría de la traición, entonces todo el mundo se dio cuenta de la presencia de los francotiradores, salvo el ejército.

Un crimen de estado:

Entonces, ¿Qué paso realmente la tarde del 2 de octubre de 1968? Cuando se reúnen todos los elementos que el paso del tiempo ha colocado en nuestras manos, tanto los testimonios de las víctimas, los documentos oficiales, las declaraciones de la prensa y de la clase gobernante, videos y fotografías podemos concluir lo siguiente:

La mañana del 2 de octubre de 1968, el general Marcelino García Barragán junto con miembros del alto mando de las fuerzas de seguridad del Estado mexicano afinaban los detalles para la Operación Galeana. Se habría asignado al Batallón Olimpia la tarea de capturar con vida a los miembros del CNH, resguardar a su informante, Sócrates Campos Lemus, e iniciar acciones de combate para aniquilar definitivamente al movimiento. Se girarían instrucciones para ocupar departamentos tanto en el edificio Chihuahua como en los otros edificios aledaños a la plaza con agentes del Batallón Olimpia y el Estado Mayor Presidencial con el objetivo de prestar apoyo durante la operación.

Esa mañana, como constan las fichas de gobernación, habría ocurrido un encuentro en casa del rector Barros Sierra con miembros del CNH y representantes de la presidencia de la república. Si bien las negociaciones no fueron exitosas, se informó que la marcha al Casco de Santo Tomás sería cancelada para evitar nuevos enfrentamientos y se propuso una tregua mientras transcurrían los juegos olímpicos. Desde muy temprano, Luis Echeverría habría citado al cineasta Servando Gómez con el objetivo de filmar de principio a fin la operación; a las 9:00 de la mañana habrían llegado a Tlatelolco y poco antes de las 11:00 del día ya tendrían el equipo fílmico listo.

Si el supuesto objetivo de la Operación Galeana era disolver el mitin para evitar que los estudiantes tomaran el Casco de Santo Tomás, esta no tendría razón de ser, ya que la propia secretaría de gobernación ya sabía que el CNH cancelaría tal movilización.

Durante la tarde los equipos del ejército apostados en los departamentos así como los francotiradores tomarían posición. Las líneas telefónicas de la unidad Nonoalco – Tlatelolco habían sido saboteadas desde la noche anterior por lo que la zona estaba incomunicada.

A las 17:00 horas, el mitin informativo comenzaría. Tres contingentes del ejército rodearían la plaza para evitar que cualquiera entrara o saliera. A las 18:15, un helicóptero comienza a sobrevolar la plaza. Ernesto Gómez Tagle da la señal: el Batallón Olimpia avanzaría para detener al CNH, los francotiradores abrirían fuego contra los manifestantes y algunos miembros de la tropa para justificar el tiroteo de la tropa contra los congregados en la plaza. El ejército avanzaría sobre la plaza y empujaría a los manifestantes hacia sus cercos, pero todos tendrían una misma orden: Tirar a matar.

La balacera dura por lo menos durante una hora. En ese lapso de tiempo, los francotiradores desde las posiciones elevadas causan las primeras bajas. Se les unen los elementos del Batallón Olimpia que desde el balcón y algunos departamentos abren fuego contra la plaza y las calles aledañas. Las tanquetas del ejército también abren fuego contra la masa inerme que trata desesperadamente de huir. Durante la noche, una cacería humana se desarrolla en toda la unidad de Tlatelolco. Hay cateos ilegales, detenciones, torturas, ejecuciones sumarias, el Batallón Olimpia junto con el ejército captura y conduce a cerca de 2 mil detenidos al campo militar No 1.

Los muertos se estiman en 300, los cuales son recogidos en camiones del ejército. Algunos de esos cadáveres fueron, en palabras de Paco Ignacio Taibo II, colocados en aviones y arrojados al Golfo de México. La teoría mas popula4 y con mayor respaldo anecdótico menciona que los cuerpos fueron incinerados en el campo militar No 1. Otra menciona que fueron sepultados en los límites de la ciudad de México o en fosas comunes en el panteón jardín. El cuerpo de bomberos se dedica a lavar las calles aledañas y la plaza de las tres culturas. Durante la balacera, Luis Echeverría amaga a los medios, les informa que las principales víctimas son soldados a pesar de que el informe militar solo registra una baja militar. La prensa obedece: los estudiantes desencadenaron la masacre.

Los días siguientes son de silencio. Algunas familias tratan de rescatar los cuerpos de sus hijos, pero solo 30 cuerpos son entregados. Los demás serían amenazados por empleados del gobierno del Distrito Federal para desistir en su búsqueda.

Díaz Ordaz, un año después acepta toda la responsabilidad “Personal, ética, jurídica, política e histórica por las decisiones del gobierno en relación de los sucesos del año pasado”. En 1977 volvería al tema, se dice orgulloso de aquel año, se justifica diciendo que su acción salvó al país:

“Pero de lo que estoy más orgulloso de esos seis años es del año de 1968, porque me permitió servir y salvar al país, les guste o no les guste con algo más que horas de trabajo burocrático” (Reveles, 1977)

Conocedor de sus acciones y consiente del repudio contra su persona, Díaz Ordaz muere en 1980 producto de cáncer de colón, con ceguera y con una salud mental deteriorada, víctima de delirio de persecución y paranoia crónica.

Los demás artífices de la masacre concluirían sus vidas sin haber sido sentenciados por crímenes de lesa humanidad. Particularmente Luis Echeverría, sería culpado por genocidio tanto por las acciones del 2 de octubre de 1968, 10 de junio de 1971 y la guerra sucia, sin embargo, apelando a su avanzada edad, evade la sentencia.

A 55 años de la masacre, el horror continúa y los crímenes de Estado persisten. También persisten las “verdades históricas” que pretenden engañar a la población pero que no pueden limpiar la sangre de las manos del Estado.

Referencias bibliográficas:

Anónimo (1969) El Móndrigo: Bitácora del Consejo Nacional de Huelga. DF, México: Alba Roja.

Aguayo, S (2018) El 68: Los estudiantes, el presidente y la CIA. Ciudad de México, México: Ideas y Palabras.

Montemayor, C (2010) La violencia de Estado en México antes y después de 1968. DF, México: Debate.

Montemayor C (2007) La guerrilla recurrente. DF, México: Grijalbo.

Poniatowska, E (2011) La Noche de Tlatelolco. DF, México: Era.

Reveles, J (1977) “Creo que (López Portillo) cometió un grave error: GDO. Proceso. (24). 6-8.

Rodríguez, R (2004) Operación guante blanco. Proceso. (1427) 6-12.

Rodríguez, J (2008) 1968: todos los culpables. DF, México: Debate

Rodríguez, J (2013) La otra guerra secreta: los archivos prohibidos de la prensa y el poder. DF, México: Grijalbo.

Scherer, J, Monsiváis, C (1999) Parte de Guerra: Tlatelolco 1968. DF, México: Aguilar.