Sinaloa México
EDITORES / GUILLERMO SANDOVAL G / M ROCÍO SÁNCHEZ B

La trampa del terrorismo: Notas conceptualizar el papel de la lucha armada.

Los recientes combates entre el grupo de resistencia islámica Hamas contra Israel ha puesto, de nueva cuenta en la mesa de discusión las formas de lucha empleadas por los pueblos que viven en condiciones de opresión.

AUTOR: Gerardo Alarcón Campos

El largo conflicto palestino-israelí no necesita mayor resumen: la ocupación y colonización ilegal realizada por Israel desde finales de 1917 con la proclamación de la Declaración de Balfour, le ha arrebatado su patria el pueblo palestino, quien, en respuesta, ha realizado distintos actos de resistencia militar, desde distintas posiciones políticas, para expulsar a los invasores.

Citando al profeta bíblico Oseas: “Quien siembra vientos cosecha tempestades”. Hamas no existiría si no fuera por las décadas de violencia genocida emprendida por Israel, si no fuese por el robo de tierras, la destrucción de propiedades, la segregación religiosa, los asesinatos impunemente realizados por los colonos amparados en su “derecho divino”.

Pese a que nos pueda parecer lógico que un proceso de invasión y despojo tendría como consecuencia el surgimiento de un proceso de resistencia en su contra, los aparatos ideológicos occidentales, alineados a los intereses sionistas, insisten en calificar como terrorismo a la descarnada lucha que ha surgido en respuesta a la violencia originaria ejercida contra el pueblo palestino, sin profundizar en las causas que dieron origen a dichas manifestaciones de violencia, dejando las explicaciones en meras condenatorias moralistas.

Por ello, considero necesario entender la base misma de los movimientos armados, para entenderlos como lo que son: procesos políticos que surgen como culminación de otros procesos de lucha social que fueron reprimidos y no como acciones moralmente condenables per se.

Conceptualización de la lucha armada:

Los movimientos armados son, por lo general, calificados por un gran porcentaje de analistas y políticos como simples expresiones de violencia autoritaria, irracional y homicida que obstaculizan el uso de otras vías para la solución de conflictos.

El término Terrorismo, acuñado para calificar a este tipo de luchas, se refiere al empleo de la violencia y el terror que un grupo emprende para coaccionar a otro. Pero este término, lejos de ser empleado para denunciar los actos de violencia indiscriminada, es utilizado principalmente por los grupos de poder para criminalizar toda expresión de lucha (violenta o no) que atente contra sus intereses.

De acuerdo con Carlos Montemayor:

“Dentro del término terrorismo se desdibujan tensiones sociales, polarizaciones agravadas por las políticas económicas o militares de diversos países. El concepto terrorismo no es el resultado
de un análisis social; por el contrario, proviene de una descalificación política utilitaria. El terrorismo no existe como conducta o patrimonio específico de un grupo social objetivo."

Para comprender debidamente a las organizaciones armadas, debe estudiarse el contexto en el cual surgen, las condiciones históricas, políticas y económicas de los individuos y colectividades que las conforman, alejándose lo más posible de las interpretaciones moralistas de condena a la violencia, y, sobre todo, del concepto en sí del terrorismo, pues se trata de un concepto abstracto que no nos ayuda a categorizar a los diferentes movimientos armados.

Retomando a Montemayor:

“Luchas de minorías étnicas, reclamos de minorías sociales, violencia racista, reclamos nacionales o regionalistas, resistencia patriótica ante ejércitos invasores o de ocupación, organizaciones criminales o de narcóticos no pueden ser designadas bajo la misma palabra (…) El análisis de estas organizaciones armadas no puede ser maniqueo ni reduccionista; debería ser político, económico y social.”

Existen diferentes tipos de movimientos armados, cada uno con una agenda política e ideológica definida. Existen movimientos armados de izquierda cuya lucha se enfoca en el derrocamiento del Estado y el Capitalismo para establecer un nuevo orden político y económico; Movimientos nacionalistas donde confluyen diferentes corrientes con el objetivo de expulsar a una nación invasora; Movimientos liberales que buscan reestablecer el Estado de derecho violentado por un régimen que consideran dictatorial; Grupos de autodefensa; conformados por ciudadanos que buscan proteger sus comunidades y patrimonios de los grupos de la delincuencia organizada; Rebeliones indígenas y campesinas que buscan recuperar sus tierras y Movimientos de ultraderecha que emplean la violencia contra otros sectores sociales a causa de su origen étnico, preferencia sexual, inclinación política o creencias religiosas.

Por supuesto, dejaremos fuera de nuestra reflexión a expresiones armadas vinculadas con la criminalidad, tales como el crimen organizado y el bandolerismo social, los cuales combaten a la autoridad del Estado no con el propósito de emprender una transformación política y social, sino con el objetivo de emprender actividades delictivas que reditúen económicamente a sus integrantes. En algunas ocasiones, para evitar ser capturados, estos grupos recurren a la solidaridad de las comunidades que los rodean, la cual consiguen a cambio de regalos y recompensas.

Los orígenes de cada expresión de lucha armada son diversos, pero todos coinciden en algo fundamental: son la culminación de una serie de procesos de lucha y conflicto que detonaron como producto de una crisis estructural en el sistema político-económico y que son guiados por una interpretación intelectual de la realidad que dota de racionalidad a las acciones de los grupos en armas.

De acuerdo con Louis Kriesberg, el conflicto es una relación social que surge cuando dos o más partes poseen metas e intereses incompatibles, generando con ello, un proceso de confrontación donde los contendientes competirán para alcanzar dichas metas mediante el uso de diferentes medios. 

Por otra parte, el conflicto también surge cuando se comete un agravio en contra de un sector social, lo cual detona procesos de organización entre los actores afectados para confrontar a quienes cometieron el agravio. Los actores involucrados en el conflicto interactúan mediante las acciones que cada uno emprende. La acción realizada por una parte afecta a la otra y así sucesivamente hasta que se alcance un punto donde uno de los actores involucrados logre realizar su objetivo o sea derrotado por su adversario. Este conjunto de interacciones crea etapas en el conflicto social, las cuales van escalando a medida en que las contradicciones existentes entre las partes en contienda se vuelven cada vez más irreconciliables, ocasionando con esto un periodo de crisis donde se debate la permanencia de un determinado modelo de estructura social, la renovación de la misma o la creación de una nueva estructura.

Las crisis sociales suelen consolidarse cuando la autoridad increpada por el movimiento social se rehúsa a dar atención a las demandas planteadas por la vía del diálogo y la negociación y se inclina por el uso de medios coercitivos para preservar el orden social y disolver los procesos de protesta, dando inicio a una etapa de confrontación violenta entre ambos sectores que solo puede resolverse con la transformación conjunta de toda la estructura social o con la represión de las fuerzas opositoras para reestablecer el orden. 

Todos los movimientos sociales que han evolucionado a movimientos armados comparten la característica común de haber sido procesos políticos que hicieron uso de medios legales y pacíficos para plantear sus demandas que fueron reprimidos por la autoridad increpada mediante el uso de la violencia simbólica y física. 

Tal y como lo expresó Max Weber, el Estado es el órgano poseedor del monopolio de la violencia. Al ser el Estado una relación de dominio de seres humanos sobre otros seres humanos, este necesita que sus subordinados acaten su autoridad. Para ello emplea la violencia con el fin de imponer su legitimidad basada en la tradición, en el carisma o en los preceptos legales y normas racionalmente creadas. Al ver su autoridad y su legitimidad increpada por el movimiento social, el Estado recurre al uso de la violencia legítima para reafirmar su poder. La violencia de Estado posee su propia racionalidad. Su empleo no debe parecer arbitrario ante la opinión pública, pues de lo contrario, podría perder legitimidad ante la población e incrementar la escala del conflicto. Por ello, así como el movimiento social emprende una lucha por conquistar la hegemonía y construir una base social que legitime sus acciones, el Estado necesita reafirmar su autoridad al frente del poder y convencer a la población de que las acciones que emprende contra los movimientos sociales son correctas. 

Para implementar acciones represivas contra sectores políticamente organizados de la población, el Estado debe crear primero las condiciones que justifiquen su acción. Una de sus primeras estrategias consiste en la despolitización de la lucha social. Al negar la existencia de actores organizados en torno a una necesidad y organizados en torno a una plataforma ideológica y política, el Estado reduce los procesos de resistencia en su contra a simples actos delictivos contra los cuales debe ejercer la fuerza para recobrar el orden. Bajo esta estrategia, los aparatos ideológicos y propagandísticos del Estado operan para negar la existencia de actores políticos, a quienes califican como saboteadores, vándalos, delincuentes, traidores a la patria o terroristas cuyas acciones perjudican a todos los sectores sociales no involucrados en el conflicto. Al crear una opinión pública adversa al movimiento social, se crea un consenso que avala el empleo de medidas coercitivas para detener la movilización social.

Una vez creada la imagen negativa del movimiento social que justifica su represión, el Estado emprende el uso de la violencia física para disolver a los procesos de protesta. Para tales fines, el Estado dispone de un aparato especializado para ejecutar la violencia física: la policía y el ejército. Junto a estos cuerpos especializados se suma la labor de los juzgados que avalan legalmente las acciones represivas, encubren y toleran las prácticas ilegales y arbitrarias realizadas por policías y soldados e imponen castigos a los actores involucrados en el movimiento.

En respuesta al uso sistemático de la violencia como vía de resolución de los conflictos sociales, los movimientos pueden tomar dos alternativas: la dispersión o la resistencia. Aquellos sectores que han optado por dar respuesta inmediata a una situación de conflicto violento comenzarán a organizarse para afrontar los embates represivos, ejerciendo la violencia de forma defensiva. Este tipo de organización puede posteriormente, evolucionar a una fuerza ofensiva que utilice los medios violentos como principal vía de lucha social hasta lograr la derrota de su adversario o sucumbir definitivamente a los embates represivos. 

Es así como la interacción violenta por parte de los grupos de poder al frente de la estructura social inevitablemente desencadena procesos violentos en su contra como respuesta, tal y como Adolfo Sánchez Vázquez menciona:

“Desde que la violencia se instala en la sociedad, al servicio de determinadas clases sociales, toda violencia suscita siempre una actitud opuesta, y una violencia responde a otra”. 

Ante el dilema moral que representa el uso de medios violentos como vía de lucha social, Herbert Marcuse mencionó que el uso de la violencia siempre será ético siempre y cuando el fin de su uso sea para conseguir la libertad y el establecimiento de mejores condiciones económicas y políticas que beneficien a los sectores que sufren opresión y explotación: 

“La violencia revolucionaria, se presenta no solo como un instrumento político, sino como un deber moral. El terror es definido como una contra violencia; pero solo es “legitimo” para defenderse frente a los opresores hasta que estos son derrotados”. 

En resumen, cada movimiento social y cada grupo a lo largo del espectro político-ideológico poseen distintas formas de entender y usar la violencia para conseguir sus fines. Debido a esto, es un error utilizar el término terrorismo para calificar indiscriminadamente a todos los grupos que ejercen este tipo de luchas, sin tener presente los procesos políticos y sociales que dieron origen a tales movimientos.