Sinaloa México
EDITORES / GUILLERMO SANDOVAL G / M ROCÍO SÁNCHEZ B

La mirada del mal: Novela de Alfonso Oregel

 La lucha entre el bien y el mal es muy antigua; tan antigua que se remonta al mismo origen del hombre sobre la faz de la tierra. Los relatos bíblicos ya consignan esta eterna confrontación y dilema: Adán y Eva desafían a Dios a partir de la prohibición de comer del fruto prohibido, si bien los teólogos y filósofos no aciertan a ponerse de acuerdo si éste es el sexo y el pecado o bien, el conocimiento, la sabiduría que estaría reservada a los dioses.

 Clásico es también el pasaje del Génesis en que de los hijos de Adán y Eva, Caín opta por matar a su hermano Abel, y con esta decisión, el camino del mal.

 ¿Y qué diremos de las mitologías de los pueblos más antiguos, plagados de guerras, muertes y acciones perversas? La supremacía de los dioses y los mortales elegidos se basa en aplastar al débil, sin miramientos morales y, muchas veces, sin asomo del velo de la culpa.

 La historia, por su parte, tiene como común denominador la supremacía del mal: y ahí están de ejemplo figuras como Alejandro El Magno, Gengis Khan, los emperadores romanos como Nerón, Calígula y otros tantos a los que la visión de nuestra época ha tildado de perturbados mentales, por decirlo en palabras amables.

 El mal se personifica de muchas maneras: algunos afirman que es el Diablo, esa entidad antítesis de Dios, y que su fuerza reside en aquellos que no tienen ni la fuerza ni la paciencia para que el bien les allane el camino ni les prodigue sus dones.

 El mal es como el camino corto a la victoria, a la realización de los deseos, a la satisfacción carnal del éxito. Pero, al modo de Dorian Gray, el sujeto que lo encarna se va transformando, y cada una de sus acciones se van tatuando en el alma hasta horadar la piel de su rostro, alguna vez fresco y lozano.

 El bien, en cambio, es un camino largo y sinuoso, lleno de sufrimientos, penurias e insatisfacciones. De ahí que se diga que esta ruta está plagada de mártires, condición que no todos están dispuestos a representar.

 El mal es cómodo, pletórico de reconocimiento y poder de quien lo ejerce. Se enseñorea por encima de los demás mortales, que lo aplauden, lo adulan, lo admiran y, secreta o abiertamente, lo envidian sin pudor, aunque muchas veces no lo confiesen.

 La literatura ha tomado una antigua leyenda alemana en donde un Dr. Fausto, en busca del conocimiento, vende su alma al Diablo, historia que con variantes y conversiones, ha inspirado a múltiples artistas para presentarla como poesía, teatro, ópera, música y narrativa.

Si bien el germen de esta leyenda es incluso anterior al siglo XIII y sus versiones artísticas han alcanzado gran popularidad en el talento del inglés Christopher Marlowe, los alemanes Johan Wolfang Goethe y la obertura compuesta por Richard Wagner, inspirada en el poema teatral de Goethe.

 Otras interpretaciones artísticas se deben a la pluma de Washington Irving, Óscar Wilde, Iván Turgueniev e incluso del argentino Estanislao del Campo, por mencionar algunos de los más conspicuos.

Fausto encarna al hombre que deseoso de adquirir conocimientos, fama, reconocimiento y fortuna, está dispuesto incluso a pagar con su alma estos satisfactores a una entidad maligna y poderosa, que le abrirá las puertas del éxito al compás de sus deseos.

Por otros caminos, pero ésta será la encrucijada en la que se verá inmerso Daniel, un insatisfecho estudiante de secundaria, que no soporta a su asfixiante padrastro ni a un ambiente escolar que se empeñará inútil y tozudamente en inculcarle los valores morales que lo llevarán por sendero del bien en los términos de los que la sociedad espera de él.

Daniel, por otra parte, es un muchacho que carece del éxito académico y deportivo que despertaría la admiración de sus iguales, y se muestra insatisfecho por no tener el carácter para conquistar a su amada compañera de grupo para la que ha resultado ser un enigmático fantasma invisible, un cero a la izquierda, un no ser, lo que lo llena de frustración y odios que van creciendo en un su más íntimo fuero interno.

Todas esas insatisfacciones van germinando en él como una auténtica semilla del mal, como el huevo de la serpiente, que se esfuerza por abrirse paso a la vida a como dé lugar, con la complicidad y la tolerancia de un puñado de inadaptados, sus iguales, satélites sociales que se encuentran más alejados que el planeta Plutón, que ya fue degradado de categoría para ser un asteroide extraño o simplemente un planeta enano.

De ahí que Daniel se perfila como un rebelde latente, como un volcán contenido dispuesto a la erupción en cualquier momento o bajo cualquier pretexto. Se rebela a los reclamos del padrastro, a las imploraciones de la madre para que tome el camino de la obediencia y el sano juicio, se inconforma con la tiranía de la escuela y los profesores, así como de la insatisfacción de su propio cuerpo, carácter y voluntad para enfrentar ese mundo hostil que lo aplasta hasta reducirlo a la condición de una mosca triturada.

¿Cómo sacar la casta en la adversidad? ¿Cómo no arrinconarse sin misericordia para lamerse las heridas que pueblan su cuerpo?

Ahí es donde el mal le hace un guiño cómplice, aunque no sea del todo consciente de la extraña ruta que seguirá su destino. Pero la sonrisa del mal no necesariamente se ve como un pasaje oscuro y tortuoso, sino que se puede presentar de una manera más ligera, como un ingenuo coqueteo en el que se emprende un viaje del que no estamos seguros cuál será la parada final.

Alfonso Orejel, en esta novela de La mirada del mal da cabida plena a una sólida trayectoria como narrador. Se percibe en su pulso una maestría en la definición de sus personajes, en el retrato de situaciones y en la dosificación de los elementos de la historia para irle dando pauta a una tensión narrativa que parte de un punto inicial casi inocente, y se va intrincando a lo largo de los ágiles capítulos que deshilvanan la historia.

Llama la atención el extraordinario manejo del lenguaje, muy preciso para retratar el habla juvenil, sin rebuscamientos ni falsas e impostadas voces, lo que hace de la lectura una revisión natural de la historia y la convierte en veraz y verosímil, a pesar de la ocurrencia de hechos extraordinarios.

La historia de Daniel es un descenso en los infiernos, pero sin un Virgilio que lo guíe y lo instruya, y a la vez que lo mantenga a salvo. De ahí que emprenda este laberíntico viaje sin maestro, y que de hecho su condición de inadaptado le exige rechazar cualquier camino trazado con luces e instrucciones.

La de Daniel, es por demás una historia simple y cotidiana que adquiere un rumbo insospechado. Es algo así como una advertencia o premonición de lo que sucedería si seguimos esforzándonos por apretar aún más los grilletes sociales con los que procuramos someter a los jóvenes.

Es también jugar con la idea de qué pasaría si fuéramos verdaderamente libres para tomar las decisiones que nos dicta nuestro atribulado corazón maltrecho por una sociedad castrante y tirana.

Además, La mirada del mal es una novela que nos plantea un problema ambiguo: ¿Es una mirada a la maldad o es el mal quien nos mira? Si en la lectura de esta obra nos colocamos en la perspectiva del protagonista, seguramente nos daremos cuenta de que el sentido es bivalente, y camina en una dirección y otra, lo que seguramente cimbrará a quienes se adentren en el universo narrativo de Alfonso Orejel.

Si bien prolífico y con una trayectoria sumamente probada tanto en narrativa como en poesía, y habiendo adquirido no pocos laureles en la llamada literatura infantil y juvenil, como se le conoce a la que se escribe para estos públicos, la novela de La mirada del mal nos revela a un Alfonso Orejel como un escritor maduro, dispuesto a ganarse un lugar de más calado en el contexto de la narrativa mexicana.

Enhorabuena por esta oportunidad para celebrar una obra profunda, bien escrita y que se niega a constreñirse a los límites de un género temático y a una escala de lectores por su edad.

Museo Regional del Valle del Fuerte, 1 de diciembre de 2022.