Sinaloa México
EDITORES / GUILLERMO SANDOVAL G / M ROCÍO SÁNCHEZ B

Aurora Reyes, artista que rompió barreras

Aurora Reyes Flores fue una mujer de múltiples facetas: poeta, pintora, muralista, activista social y feminista. Nació en Hidalgo del Parral, Chihuahua, en 1908, y falleció en la Ciudad de México en 1985.

En su faceta de poetisa, Aurora Reyes se destacó por su voz original y su compromiso social. Su obra, que abarca desde la poesía lírica hasta la poesía social, está impregnada de una sensibilidad femenina y de un profundo sentido de justicia.

Sus primeros poemas, publicados en la década de 1920, son de corte lírico y exploran temas como el amor, la naturaleza y el paso del tiempo. En la década de 1930, su poesía se vuelve más comprometida con la realidad social de México. En esta época, escribe poemas sobre la pobreza, la injusticia y la lucha de los trabajadores.

Aurora Reyes también fue una pionera en la poesía feminista mexicana. En sus poemas, denuncia la discriminación y la violencia contra las mujeres. 

La obra poética de Aurora Reyes es un testimonio de su compromiso con la justicia social y la igualdad. Su voz, que rompe barreras, sigue resonando hoy en día.

Algunos de sus poemas más destacados son:

  • "La palabra inmóvil"
  • "Codice del olvido"
  • "La máscara desnuda"
  • "Madre nuestra la tierra"
  • "Recóndita espiral"

Aurora Reyes fue una destacada artista y activista mexicana, cuya vida y obra dejaron una huella significativa en el panorama cultural y político de México. Nacida el 9 de septiembre de 1908 en Chihuahua, fallecida en la Ciudad de México en 1985., Reyes se convirtió en una voz importante en la lucha por los derechos de las mujeres, así como en la defensa de la identidad y la cultura mexicana. A través de su arte, dejó un legado perdurable que sigue siendo relevante en la actualidad.

Desde muy joven, Reyes mostró también un talento innato para la pintura. Estudió en la Academia de San Carlos, donde se convirtió en la primera mujer en obtener el título de Maestra de Dibujo y Pintura en 1926, una hazaña, en una época en la que el acceso de las mujeres a la educación y a espacios de reconocimiento era limitado, marcó el comienzo de su camino revolucionario.

La obra de Reyes, influenciada por el movimiento del muralismo mexicano liderado por figuras como Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, se caracteriza por su vívida representación de la cultura y la historia mexicana. Sus pinturas reflejan tanto la belleza y diversidad del país como las desigualdades y luchas que marcan su realidad. A través de sus trazos vibrantes y de su habilidad para transmitir emociones, Reyes logró crear un diálogo con el espectador, obligándolo a reflexionar sobre las temáticas sociales y políticas de la época.

Sin embargo, su impacto no se limitó a su destreza artística. Reyes fue una defensora apasionada de los derechos de la mujer y utilizó su arte y su voz para dar visibilidad a las luchas de género. Fue una de las fundadoras del Frente Único Pro Derechos de la Mujer en 1935, una organización que trabajó incansablemente para empoderar a las mujeres y lograr la igualdad de género en México. Junto a otras destacadas feministas, Reyes abogó por la inclusión de las mujeres en la educación, el trabajo y la política.

A través de su participación en el movimiento feminista, Reyes se enfrentó a una sociedad conservadora y machista que intentaba silenciar las voces disidentes. Su activismo y su lucha constante por los derechos de las mujeres la llevaron a enfrentar muchas dificultades y desafíos. Sin embargo, nunca dejó que eso la detuviera. La valentía y la pasión que demostró en su defensa de los derechos de las mujeres han inspirado a generaciones de feministas.

La vida y obra de Aurora Reyes son un ejemplo extraordinario de cómo el arte puede convertirse en una herramienta poderosa para el cambio social y político. Su dedicación a la igualdad de género y a la preservación de la identidad mexicana la convierten en una figura icónica en la historia de México. Aunque su legado puede parecer lejano en el tiempo, sus enseñanzas y valores siguen siendo necesarios en la actualidad, en una sociedad en la que siguen existiendo desigualdades de género y donde el arte aún puede ser una fuerza transformadora.

Algunas de sus obras más destacadas:

  1. El Taller de Bordados, un mural realizado en 1935 que retrata a mujeres trabajando en el arte del bordado. Esta pintura refleja el papel de las mujeres en la artesanía y cómo estas tradiciones pueden ser valoradas como formas de expresión.
  2. La Ofrenda, un mural pintado en 1939 que muestra una escena tradicional mexicana del Día de los Muertos. Esta obra rinde homenaje a las tradiciones y la espiritualidad mexicana, representando una composición vibrante y detallada llena de simbolismo.
  3. Carnaval de Perros, un mural que creó en 1942, en el cual representó a perros con máscaras y disfraces. Esta pintura es una crítica satírica a la política de la época y muestra la habilidad de Reyes para utilizar el arte como medio de protesta y sátira.
  4. Mujer, una serie de retratos de mujeres mexicanas que pintó durante su carrera. Estas pinturas reflejan la belleza y la diversidad de las mujeres mexicanas, así como su lucha por la igualdad y la justicia.

Y de los poemas…

Madre nuestra La Tierra

A ti, Coatlicue, Madre ominipresente;

principio y fin de todo ser terrenal.

 

Cuando dormías, Madre

—elásticas hamacas mecidas por el tiempo—,

halo de niebla apenas

en la blanca serpiente de tu órbita,

un diamante de labio transparente

cristalizó la sombra de tu cuerpo.

 

Tu corazón fue líquida mirada,

juventud sideral enamorada.

En tu vientre, la rosa giratoria congregando

vertientes,

igniscentes anillos, vorágines en danza;

caos elementales de esférica alegría...

 

Y tu piel invisible se fue haciendo manzana

 

Primavera terrestre en los cielos nupciales:

manto de aérea nube, satélite de plata,

lenta falda de víboras sedientas,

germinal atributo de oscuras dinastías

entrelazando génesis mortales.

 

Aprendiste en silencio el secreto profundo;

los varones del sol te lo dijeron

luz a luz, rayo a rayo, en las entrañas.

 

Fueron en ti las duras raíces de las piedras,

las estaciones broncas, las causas vegetales,

metrópolis enhiestas de verde muchedumbre,

litorales de sílabas cautivas

en los ojos de luces minerales.

Amaneceres, muertes, nacimientos.

Borbotaron fecundos manantiales

al áspero pezón de la montaña

y juntaste en el cuenco de la mano

los mares verticales de tus lágrimas.

 

Un día primordial edificaste

la arquitectura grácil del poema

—¡almendra del anhelo!—

y el Hombre fulguró en la superficie

del frutal paraíso de tu sueño;

en la espina y la roca conmovida,

en el ala tendida del relámpago,

en la cuna solar de las crisálidas,

en el vértigo vivo del océano.

 

Le llamaste con todos los nombres de los seres:

pétalo rojo, sorprendido insecto,

fosforescente fiera del corazón del monte

y pájaros y peces de dorada centella.

 

Horas de soledad y fantasía

ensayando contornos, volúmenes, colores,

en el fruto esperado de la siembra:

¿Cómo será el delirio como espuma?

¿Y la mano del viento como ola?

¿Y la noche en el ojo de la estrella?

 

El amor con los dedos del silencio

construía la tela de tus cielos...

Apareció la imagen bajo perfil humano:

¡Niebla y polvo cayeron en su mínimo espejo!

 

Surgió para decir las formas nuevas

que no alcanza tu mano de inocencia,

para viajar tus signos infinitos,

multiplicar por dos tu pensamiento,

escuchar tu canción en su palabra

y poder abrazar tu propio pecho

cuando en ti se desnudan los amantes.

 

Y abarcar tu destino, poseído

en la suma total de las presencias:

amar tu amor en el espacio abierto,

en el fondo marino de la sangre,

en el barro que anuda las distancias,

en la perla de sal que nos dejaste;

repetir tu latido en la tiniebla

de la frente quebrada del cadáver.

 

Ahora estás mirándote en mí misma

como el eco insondable del espejo:

 

Inmensurable Madre,

sembradora,

pasión desesperada,

hacedora implacable,

grano a grano preñada,

gigante paridora.

Cosechera,

mandíbula feroz,

ávida espiga,

grávida golosa,

volcánica, tenaz,

Diosa legítima,

Coatlicue sin quietud,

¡Devoradora!

 

Madre nuestra La Tierra

que fluyes en el poro de todo lo viviente,

reflejas tu emoción en los plurales,

caminas desde el centro de lo Uno,

prologas el hechizo de los números pares;

que rondas en el paso y la caída,

respiras en el hueco sonoro de la noche,

sonríes en el astro de fuegos tutelares

y en los trémulos cauces del verbo de la leche.

 

Mueren las extensiones en tus brazos,

de ti nacen honduras y pilares;

¡Qué sabor de granada turbulenta!

¡Qué perfume colérico de sangre!

Eres punto y esfera, muslos de agua,

nido y fosa y atmósfera radiante,

y todas las palabras y los niños

y los gajos de todas las naranjas.

 

Gravitas en los cálices ocultos,

en la rama calcárea de mis huesos,

en mi vientre de sombra sacudida,

en la memoria de algo

que de ti se desprende y conmigo comienza.

 

Turba mis continentes tu frescura entrañable

transitada del río callado del misterio,

húmeda de esqueletos y yerba derretida,

devastados veranos y pétreos yacimientos.

¡Tierra de sumergido paraíso

en donde no hay lugar para el destierro!

 

Ante los horizontes del abismo

en que vierte universos lo perpetuo,

interrogo a la luna de mi muerte:

¿Cómo será la luz como semilla?

¿Y la raíz profunda como vuelo?

¿Y el pacto del silencio y el silencio?

Cuando tomo en mis manos un puñado de tierra

y resbalan sombríos planetas por mi tacto,

me ahoga una ternura dolorosa de niebla,

derrúmbanse los arcos de mi nombre

y ruedo hasta los últimos paisajes

de la tierra que sube por mis labios.