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La maternidad como intersticio del conflicto capital-vida

En este texto realizo un breve recorrido histórico sobre cómo el feminismo ha abordado la maternidad en los últimos 50 o 60 años, poniendo especial énfasis en la tensión entre su identificación de esta como fuente fundamental de la opresión y su caracterización como localización histórica y socialmente construida y, por lo tanto, terreno material y cultural de disputa política.

AUTORA: SANDRA EZQUERRA  https://vientosur.info/la-maternidad-como-intersticio-del-conflicto-capital-vida/

En un momento en el que muchas de las feministas que nos consideramos herederas del feminismo de la igualdad hemos acabado también reconociendo y viviendo en nuestras propias carnes sus carencias, la maternidad se erige, hoy más que nunca, por un lado, como una de las principales manifestaciones del conflicto capital-vida y, por el otro, como una experiencia vital, social y política desde la que denunciarlo, resistirlo, disputarlo y superarlo. Realizo esta segunda afirmación con tanto convencimiento como dudas. Me explico: estoy convencida de que el ejercicio de la maternidad y la crianza en el contexto del capitalismo neoliberal contemporáneo ofrece una perspectiva privilegiada para adoptar una toma de conciencia crítica de los efectos negativos de la actual organización socioeconómica en la sostenibilidad de la vida; también creo que puede contribuir al desarrollo de narrativas, estrategias y prácticas materiales de resistencia y oposición a la misma. Dicho esto, no deja de preocuparme que la actual pervivencia e incluso resurgimiento de la ideología de la maternidad intensiva tenga efectos esencializadores y reaccionarios, tanto en lo que se refiere a las narrativas sociales y culturales en torno a la maternidad como a las posibles desigualdades socioeconómicas y de género resultantes. 

Así, las líneas que vienen a continuación no aspiran tanto a presentar conclusiones infalibles como brechas desde las que las feministas nos podamos lanzar nuevos interrogantes y ahondemos en debates imprescindibles. La maternidad vista como un intersticio entre el capital y la vida nos habla de contradicciones, de peligros, de desigualdades, de opresión y de explotación. Pero nos puede hablar también de contestación, de prácticas contrahegemónicas y de relatos profundamente anticapitalistas. La discusión está abierta y ojalá continuemos teniéndola durante mucho tiempo.

Antecedentes: abordaje histórico a la maternidad desde el feminismo
En sus estadios iniciales, la Segunda Ola Feminista identificó la maternidad como institución patriarcal creadora y reproductora de desigualdades de género y no le concedió lugar alguno en la conceptualización de la identidad política de las mujeres (Merino, 2018). Betty Friedan (1963) consideró el matrimonio y la maternidad como las principales fuentes de la infelicidad y problemas de salud mental de las mujeres de clase media, y Simone de Beauvoir (2001), a su vez, denunció que la maternidad tenía lugar en un escenario de ausencia de opciones y oportunidades vitales reales para las mujeres. De forma igualmente contundente, Shulamith Firestone (1970) defendió que la posición social biológicamente determinada de las mujeres como madres constituye la fuente principal de las desigualdades de género y propuso la emancipación de este destino biológico intrínsecamente opresivo mediante estrategias como el acceso a contraceptivos, la interrupción libre del embarazo y servicios públicos de cuidado infantil, entre otros. En términos generales, durante este periodo el camino de emancipación de las mujeres pasaba por su distanciamiento de la maternidad. Con la premisa de que los avances de las mujeres podían ser obtenidos únicamente fuera del ámbito del hogar y de la familia, se llamó a las mujeres a hacerse hueco en múltiples instituciones sociales hasta el momento ocupadas casi exclusivamente por hombres (Campillo y Del Olmo, 2018). Durante esta Segunda Ola, además, las narrativas feministas sobre la maternidad universalizaron, a menudo, las experiencias de mujeres heterosexuales blancas de clase media del Norte global como la norma, lo cual contribuyó a invisibilizar aún más la enorme complejidad y diversidad que caracterizaban tanto la maternidad como las vidas de las mujeres que se convertían en madres. 

Algo más tarde, Adrienne Rich (1976) realizó una distinción pionera entre la maternidad como institución patriarcal (motherhood) y la maternidad como experiencia de las mujeres (mothering), y vio a las mujeres como sujetos con capacidad de cuestionar, crear y resistir –desde dentro– las restricciones e imposiciones de la institución de la maternidad. Su trabajo vio la luz en un momento de ascenso del feminismo de la diferencia, interesado en las voces y experiencias específicas de las mujeres y en las transformaciones institucionales necesarias para incorporar las necesidades específicas de las mujeres en la agenda sociopolítica. Voces como la de Carol Gilligan (1982) hablaron de la necesidad de un nuevo modelo ético basado en relaciones humanas satisfactorias (más característico de las mujeres) frente a la ética moral individualista (característica de los hombres). Otras autoras empezaron a reconocer la importancia de teorizar sobre los vínculos entre la maternidad y otras instituciones sociales, económicas y políticas, y recordaron que la maternidad no es una habilidad innata de las mujeres, sino una construcción social e histórica. Se incrementó la tendencia a incorporar las voces y experiencias de las mujeres madres y, hacia finales de la década de 1980, se puso en evidencia un cambio en el abordaje feminista de la maternidad. Por otro lado, la aparición de trabajos de feministas como Patricia Hill Collins, bell hooks o Alice Walker, entre otras, comportó la incorporación del racismo y el colonialismo al análisis feminista de la maternidad y de la crianza y la visibilización de cómo las mujeres racializadas habían ejercido y vivido la maternidad en condiciones radicalmente distintas a las de las mujeres blancas.

Con la década de 1980 llegó el fin de la historia y una hegemonía global de las políticas neoliberales y neoconservadoras. En este contexto, el feminismo de la diferencia, que buscaba salvaguardar un reducto en el que las mujeres pudieran seguir cuidando ajenas a otros aspectos de la vida social o a los espacios de poder (Campillo y Del Olmo, 2018), fue criticado por esencializar las experiencias de las mujeres, por obviar la diversidad y complejidad de sus realidades y por condenarlas, de nuevo, al “destino de su anatomía” (Hirsch, 1997). También se le reprochó su incapacidad para visualizar vidas femeninas con sentido más allá de la maternidad y para impulsar cambios sociales significativos para las mujeres a largo plazo. 

De este modo, Hirsch (1997) sentenció que la Segunda Ola se cerraba sin haber conseguido impulsar una filosofía y una política feminista que incluyeran a las mujeres madres y reconocieran las grandes diferencias históricas, culturales y sociales existentes en la experiencia de maternidad y que, de manera simultánea, rechazaran la idealización de la maternidad. La caracterización de la maternidad como una localización social esencialmente restrictiva y opresiva contribuyó a silenciar numerosas experiencias femeninas y feministas. Otras cuestiones políticas fundamentales que quedaban pendientes de analizar eran las experiencias de las mujeres que posponían la maternidad para poder así impulsar sus carreras profesionales o los periplos socio-laborales de las mujeres que abandonaban el mercado laboral para dedicarse a la crianza. Numerosas voces quedaban a la espera de ser incorporadas en la teorización y en el activismo feminista, voces que no sentimentalizaran a las madres ni las culparan de todos sus males (Green, 2011). 

Ya entrada la década de los años noventa, la Tercera Ola examinó el rol del conocimiento experto (médico, educativo, científico, etc.) en el desarrollo y la perpetuación de la ideología y el modelo normativo de la maternidad. También se dedicó a pensar las relaciones históricas entre la maternidad y el feminismo y a reflexionar sobre cómo, a pesar del incremento de la incorporación de mujeres al mercado laboral, seguía perpetuándose su representación social y cultural como “madres a tiempo completo” (Keller, 2000). Creció, a su vez, el interés en dilucidar maneras de reconciliar la posibilidad de tener una carrera profesional con la crianza (Benn, 1998). En 1996, en paralelo, la emergencia de la política identitaria (identity politics) impulsó la investigación sobre cómo múltiples aspectos de las identidades de las mujeres (género, etnia, orientación sexual, clase social, religión, etc.) condicionaban sus experiencias como madres. 

En los últimos años, la Cuarta Ola del Feminismo se ha seguido interesando por el incremento de la presencia de las mujeres en el mercado laboral y en cuestiones relacionadas como la corresponsabilidad de la vida laboral, familiar y personal, el desplome de las tasas globales de fecundidad y el creciente recurso de las mujeres a técnicas de reproducción asistida (Vivas, 2019), particularmente en situaciones en que la maternidad se ve pospuesta más allá de las edades reproductivas idóneas desde un punto fisiológico. Estos cambios se han relacionado con las crecientes dificultades que la incorporación de las mujeres a un mercado laboral, cada vez más exigente y precarizante, ha planteado, no solo para su elección de convertirse en madres, sino también para hacerlo en condiciones dignas y sostenibles. En un contexto de menguante capacidad o voluntad de los Estados de financiar sus sistemas de pensiones y en que las pirámides demográficas se vuelven cada vez más insostenibles, las mujeres se han visto a menudo señaladas como las principales responsables de las tasas negativas de reemplazo demográfico de las sociedades occidentales. Sin embargo, desde el feminismo se viene defendiendo que la decisión de las mujeres de no reproducirse o de hacerlo en menor grado que las generaciones anteriores es la punta del iceberg de un problema estructural intrínseco al capitalismo liberal: la incapacidad de las mujeres de estar de manera sostenible, satisfactoria y digna en los múltiples frentes del mercado laboral, los cuidados y otras esferas de sus vidas, particularmente en contextos como el español, donde el estrabismo productivista del modelo de conciliación, parafraseando a Antonella Picchio, dificulta e, incluso, niega la maternidad (Campillo y Del Olmo, 2018; Merino, 2018; Vivas, 2019). 

La pregunta que finalmente empieza a hacerse el feminismo, después de décadas de defender el derecho de las mujeres a decidir libremente no ser madres, es cómo garantizar que la elección de las mujeres de maternar deje de verse condicionada y menguada por los procesos de precarización, deshumanización y desposesión del capitalismo contemporáneo. 

La pervivencia y retorno de la ideología de la maternidad intensiva
La socióloga norteamericana Sharon Hays (1996) arrojó luz sobre las contradicciones latentes en las vidas de millones de mujeres madres fruto de la persistencia paralela del ethos de la sociedad de mercado y la ideología de la maternidad intensiva. Defendió que, a pesar de que las lógicas del mercado capitalista han invadido el ámbito de la intimidad y los lazos personales de la familia y los cuidados se ven devaluados e invisibilizados, la presión y las exigencias sociales hacia las mujeres con hijos e hijas para continuar siendo sus cuidadoras principales y, además, de forma intensiva, no solo no se han desvanecido, sino que son más potentes que nunca. Esta paradoja tendría dos explicaciones que, si bien aparentemente contradictorias, se dan de manera simultánea: 1) por un lado, la maternidad intensiva es funcional a los intereses del capital, el Estado y los hombres mediante la imposición de una forma particular de familia; 2) por otro lado, la pervivencia de la ideología de la maternidad intensiva se podría entender como una forma de oposición cultural a la ideología hegemónica de la sociedad neoliberal. En otras palabras, las madres ejercitan un rechazo sistemático de la lógica mercantil y sus relaciones sociales inherentemente individualistas, competitivas e impersonales. 

La economía capitalista obtiene enormes beneficios de la prevalencia sociocultural contemporánea de la especialización de las mujeres en el cuidado de sus hijos e hijas (Mies, 1986, Dalla Costa, 2004, Federici, 2014). Esta especialización ha contribuido históricamente a ahorrarle al capital el coste de reproducción, educación y disciplinamiento de la futura mano de obra flexible. Los imaginarios de la maternidad intensiva, a su vez, favorecen tendencias consumistas entre las madres para satisfacer las necesidades y deseos de su prole y para garantizar el compromiso de las mujeres con responsabilidades y roles que, en última instancia, contribuyen no solo a mantener su propia posición social de subordinación, sino también a subvencionar parte del coste de reproducción de la economía capitalista. 

Por otro lado, Hays (1996) defiende que la maternidad es un campo social central desde el que millones de mujeres madres libran luchas más amplias y, consciente o inconscientemente, practican de manera cotidiana una oposición a la ideología de mercado. Estas mujeres forman parte de una cultura que mantiene dos ideologías contradictorias. Si bien las relaciones sociales vinculadas a la maternidad y los afectos impuestas a las mujeres no son las únicas con poder simbólico contrahegemónico, la ideología que guía las relaciones entre madres y sus hijos e hijas contiene una potencia especial en tanto que es percibida como más distante y protegida de las relaciones de mercado que cualquier otra. Y así, a medida que el mundo se vuelve más impersonal, competitivo e individualista, a medida que se debilitan los vínculos comunitarios y se atomizan las relaciones sociales, y a medida que todas esas lógicas invaden el mundo de las relaciones íntimas, la crianza no solo se vuelve más intensiva y sofocante, sino que también puede avanzar como espacio social contrahegemónico. 

Esta no es más que una versión contemporánea agudizada de la solución histórica al mismo problema, y que consistió en el alba del capitalismo en la división ficticia entre la vida privada y la vida pública y en la exclusión de las mujeres (particularmente mujeres de clases medias y altas) del mercado laboral y de los espacios de poder (Federici, 2010). Se presenta también el mismo doble potencial reaccionario: en primer lugar, para absolver a la esfera pública de su responsabilidad hacia el cuidado; en segundo lugar, para preservar el poder y el privilegio masculino marcando culturalmente a las mujeres como primeras y últimas responsables de lo que ocurre en la esfera privada extra-económica. A largo plazo, además, se agrava el problema de la “revolución estancada” (stalled revolution) (Hochschild, 1989). Desde las últimas décadas, la mayoría de las mujeres sufren de manera cronificada los perniciosos efectos de la Doble Jornada en sus vidas. Ello es resultado no únicamente del beneficio (entre otros, en forma de ahorro de costes) que esta asunción femenina y altruista de las responsabilidades hacia el cuidado comporta al mercado privado y al Estado, sino también de la sistemática resistencia cultural a abandonar la ética del cuidado como principio fundamental del modelo contemporáneo de maternidad. 

Los efectos de esta resistencia son, de nuevo, ambivalentes. Por un lado, resulta en una tensión constante que recae principalmente sobre las mujeres que se convierten en madres 1/ y que también están en el mercado laboral e impone una carga insoportable sobre las espaldas de las mujeres. Esta carga deviene más difícil de soportar a medida que las lógicas mercantiles se vuelven más virulentas. Contribuye, además, a reproducir las desigualdades de género existentes en nuestra sociedad y al mantenimiento del sistema capitalista neoliberal. Por otro lado, sin embargo, el ejercicio de la maternidad y la crianza en contextos materiales crecientemente adversos puede facilitar una toma de conciencia crítica de los efectos negativos de la actual organización socioeconómica en la sostenibilidad de la vida, así como el desarrollo de narrativas, estrategias y prácticas materiales de resistencia y oposición a la misma.

La maternidad como intersticio del conflicto capital-vida
Las dos explicaciones tras la aparentemente contradictoria coexistencia de una economía de mercado, así como de su correspondiente ideología, y un modelo de maternidad intensiva, nos remontan a las discusiones recientes desde la Economía feminista sobre el conflicto capital-vida. Amaia Pérez Orozco propone una redefinición de la noción marxista del conflicto capital-trabajo para “afirmar la existencia de un conflicto irresoluble entre el proceso de acumulación de capital y el de sostenibilidad de la vida” (2014: 109). Mientras que para el marxismo el conflicto capital-trabajo se da entre el capital (plusvalor) y el trabajo asalariado (salario), para la economía feminista anticapitalista “el conflicto enfrenta al capital con todos los trabajos, el asalariado y el que se realiza fuera de los circuitos de acumulación” (Pérez Orozco, 2014: 120). Este conflicto consiste en la socialización de los riesgos del proceso de acumulación de capital mediante la re-privatización de los costes del proceso de sostenibilidad de la vida, y da lugar a nuevos procesos de acumulación por desposesión (Agenjo Calderón, 2013; Ezquerra, 2016).

El proceso de valorización tiene unos costes que el capital no puede o no quiere asumir y que ubica fuera de su propio circuito mediante procesos de cercamientos de comunes reproductivos (Ezquerra, Rivera-Ferre y Di Masso, 2022). El capital no solo se apropia de plusvalor, sino también de enormes dosis de trabajo gratuito que reproduce la mano de obra a un coste menor que si se reprodujera exclusivamente mediante el acceso al mercado. El trabajo no remunerado participa en el ciclo del capital, determina el nivel de vida o coste de reposición de la mano de obra y, como resultado, define la tasa de ganancia que se puede extraer de ella. Estamos ante un conflicto capital-condiciones de vida, vida entendida como mano de obra, sí, pero también como bienestar, como salud, como vínculos relacionales, como libertad… El sentido de la acumulación de capital es la generación de beneficio monetario y el sentido del proceso de sostenibilidad de la vida es la satisfacción de necesidades y deseos. El conflicto irresoluble entre ambos se da cuando/porque lo segundo no es un fin en sí mismo, sino un medio para garantizar lo primero. Y cuando la vida se convierte en un medio para un fin distinto –garantizar el proceso de acumulación de capital–, es constantemente amenazada, tensionada, desestabilizada, negada e incluso destruida. Siempre hay dimensiones de la vida que le sobran al capital, particularmente aquellas que no pueden ser rentabilizadas. Así, el espejismo de autosuficiencia sobre el que se construye el sujeto imaginado e imaginario del capitalismo contribuye a obviar de manera sistemática que la satisfacción de las condiciones de vida de la población se convierte en externalidades difícilmente traducibles en precio (Carrasco, 2009). 

Además de dimensiones de la vida que no resultan rentables, hay, según Amaia Pérez Orozco (2014), vidas enteras que tampoco lo son. El capitalismo necesita de manera estructural esferas económicas invisibilizadas y sujetos subalternos que las habiten. La división sexual del trabajo, así como las relaciones de poder, desigualdad y conflicto en las que se enmarca constituyen un mecanismo clave para sostener simbólica y materialmente la vida en un sistema que la ataca, ya que garantiza la disponibilidad de espacios y sujetos que asumirán los impactos de garantizar de manera invisibilizada la sostenibilidad del sistema y, con las limitaciones que el sistema les imponga y siempre de manera incompleta, las condiciones de posibilidad de la vida misma. 

La ideología vigente de la feminidad y la maternidad establece que una madre debe poner de forma altruista las necesidades y deseos de sus criaturas antes que los suyos propios y ser la principal e incondicional responsable de su bienestar y su desarrollo como miembros adultos de la sociedad (Hays, 1996). Entre muchos otros sujetos y espacios sociales, las mujeres-madres, así como sus cuerpos sexuados, y la maternidad como institución y como experiencia vivida, devienen cruciales para el proceso de acumulación capitalista y para el ascenso de las ideologías fascistas en todo el mundo occidental. Sin embargo, hoy más que nunca son también dignas de la atención académica y política porque, si bien es cierto que la pervivencia o el retorno de la ideología de la maternidad intensiva naturaliza los efectos y desgastes resultantes en los cuerpos y las vidas de las mujeres, la maternidad y la crianza se erigen cada vez más como prácticas de oposición cultural, estratégica y material a la ideología capitalista patriarcal hegemónica y a la explotación y deshumanización de la sociedad neoliberal. Debe ser tarea central del feminismo impulsar y acompañar la creación de relatos y escenarios transformadores donde la maternidad y la crianza no solo no estén al servicio de la acumulación de capital y de la reaccionaria división sexual del trabajo, sino que abran brechas para imaginar y reproducir (otra) Vida. 

Sandra Ezquerra es socióloga y feminista

Referencias
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